NOTA: DESDE EL AÑO 2011 LA PROGRAMACIÓN DE LECTURAS ESTÁ SUSPENDIDA

De todas maneras: ¡¡ SEGUIMOS ENCONTRÁNDONOS !!

... y seguimos trabajando en el Taller de Poesía del Hospital Moyano

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Presentación del libro "La vereda de enfrente" de Máximo Romero - martes 28-09-10, 19 hs.



Ediciones "Botella al Mar"
y
"Lecturas en Bartolomeo"

tienen el agrado de invitarlos
a la presentación del libro

"La vereda de enfrente"
de Máximo Romero


a celebrarse el día
martes 28 de septiembre de 2010 a las 19 hs.

en el Bar "BUKOWSKI"
Bartolomé Mitre 1525, Buenos Aires

La presentación estará a cargo de las escritoras
Ana Guillot
y
Susana Szwarc

Coordina
Alejandrina Devescovi

Los esperamos.
ENTRADA LIBRE Y GRATUITA

Coordinación del Café Literario:
Daniel Grad
http://www.lecturasenbartolomeo.blogspot.com/



Del otro lado, enfrente: en el trayecto de un piso a otro, a fuerza de caminar “patas para arriba”, de eludir la solución, de hacer merchandising con los propios desechos. Cada una de las propuestas de este perturbador libro acecha al lector y lo sitúa en un espacio de zozobra frente al azar y el destino. Es ineluctable el canje de una realidad por otra y, en el salto, el individuo no tendrá más remedio que ceder y reacomodarse, como si de una ordalía se tratara. La amenaza está a la vuelta de la esquina, se corporativiza en grupos antagónicos (secta o enredadera o compañeros de trabajo o cucaracha). Apenas algún respiro en los relatos amorosos; en los que, si bien la inversión es alternativamente el punto de partida o el de llegada, parece exhibirse un aire más quieto, confortante. Máximo Romero explora desde este costado las fracturas del devenir existencial, y no duda en retarlas a duelo. La base de exploración o nudo básico (o idea madre) de cada relato se instala en la plena extrañeza y recrea, va recreando (con detalles, con minuciosa observación, con intencionales aclaraciones o simetrías) un ámbito fantástico; pero, además y sobre todo, psicológico. Sus sombras son las de la especie (obsesiones, miedos, crisis vitales, afectos, enigmas), y su bestiario familiar convoca a la reflexión, a la comparación, a la insolencia. A veces con humor (y hasta con ternura); otras, sin piedad. Escatológicamente arriesgada, en el borde de la cornisa, con un ajustado lenguaje coloquial, su vereda incita, incomoda. Y no da lugar a la indiferencia.
Ana Guillot


Ilustración de tapa: María Victoria Ferrero


UN CUENTO:
LA VEREDA DE ENFRENTE

Salgo de la Facultad y no puedo cruzar la calle. Un río de autos, camiones y colectivos emana incesante. Deseo ardientemente encontrarme del otro lado. Allí me sentiría mucho más a gusto. Camino. Cruzo calles y calles. Es increíble: los autos brotan sin cesar. Me encuentro con diferentes personas en idéntica situación. En la esquina veo una anciana que me pide ayuda. “Imposible”, le digo, “¿no ve que el tránsito no se corta nunca?” La triste figura de la viejita se esfuma en el horizonte mientras me alejo. Corro desesperado. Quizás en algún punto logre atravesar la calle. Lo peor es que ningún motor se apaga. Cuando le pregunto a un kiosquero qué es lo que pasa, me contesta que a un endemoniado se le antojó dejarlos en libertad. No conforme con esta explicación continúo mi camino. Noto que me siguen otras personas buscando alguna salida. Pienso en mi familia. Ojalá no se preocupen si es que no llego a cenar esta noche. Celular, no uso y monedas para llamar por teléfono tampoco tengo. Pedir prestado no es mi estilo, ni aun en situaciones de urgencia.
Alguien, trepado en un faro de luz, está tratando de alcanzar un pasacalles para usarlo como liana y, de esa manera, llegar hasta el otro lado. Falla en su cálculo. La tropilla de autos salvajes lo pisotea. Huyo.
Ingeniosa idea la de una chica joven que está caminando sobre el capot de los autos. Casi ha llegado. Pero no. Un enorme camión se abalanza sobre ella y se la traga.
Se hizo ya de noche. Los vehículos encendieron sus luces. Pensé que, con la llegada de la oscuridad, se irían a dormir; pero siguen ahí, expectantes, manando incansablemente.
Otra que debe de estar preocupada es mi novia. Cuando le cuente lo que me pasó, no va a poder creerlo. Como casi siempre pasa, nunca me cree.
A la luz de la luna me encuentro con un grupo de gente. Observa las alternativas de un magnífico equilibrista que se desliza sobre un cable. El río de carrocerías fluye bajo sus pies. Uno de los autos se sacrifica por el resto y va a estrellarse contra el palo de luz, tan necesario para nuestro acróbata. Entonces cae pesadamente sobre la red de autos que lo acoge en su seno. Sigo corriendo. No me interesa dar vuelta a la esquina e irme por cualquier calle. Quiero llegar al otro lado.
Como cada día avanzo una cuadra, no pierdo la esperanza de encontrar algún vado. Deseo que mi familia no se preocupe por mi ausencia. Hice cuanto fue posible por volver. Maldita ciudad, siempre quise vivir en el campo. Cuando estoy aburrido, hago sapitos en los techos de los autos. Los que nos quedamos en esta orilla de acá, estamos esperando ansiosos a que nos aprueben la construcción de un puente. Aunque, para ser sincero, ya me acostumbré a vivir en esta vereda. Mi vereda.

Máximo Romero.

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